La acompañaba al levantarse, al acostarse, al comer, al cenar y por supuesto al salir. Al salir a la calle, la terrible calle, llena de extraños que la observaban y la juzgaban, la sentía como un ente que la protegía de todo ataque, de toda intromisión, de cualquier cosa que pudiera dañar su frágil ánimo, su delicado equilibrio.
-¿Rubia quien? ¿tu madre? -Je, je, je; - comenzó a decir el interpelador interpelado, señal inequívoca de sus oscuras intenciones. Porque, a ver, ¿quién puede llevar buenas intenciones cuando comienza una frase retorciendo y pervirtiendo así algo tan puro como la risa? Juzgándolo así, nuestra heroína se preparó para el subsiguiente combate reconcentrando su atávico poder de joven doncella de barrio dudoso.